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“Enseñar chino está en mexicano” Crónica del primer connacional con maestría en enseñanza de chino mandarín

En 113 años de historia, Edmundo Borja Navarro es el primer mexicano que obtiene el grado de Maestro en la Enseñanza de Chino como Lengua Extranjera por la Universidad Normal de Beijing, una de las más prestigiadas instituciones de China en la formación de profesores.

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Por: Raúl López Parra

En el salón de la Facultad de Cultura China de la Universidad Normal de Beijing se transpira nerviosismo. Edmundo Borja Navarro ha llegado temprano a su cita para demostrar por qué merece obtener el grado de Maestro en la Enseñanza de Chino como Lengua Extranjera. Han sido dos años de estudios que en realidad son casi ocho si se considera el tiempo desde que inició su aprendizaje y su paso como profesor de esta lengua en México.

Quien alguna vez se ha adentrado al mundo del mandarín sabe que este es uno de los idiomas más difíciles de aprender. Se requiere memoria y paciencia, mucha paciencia.

La primera lección de chino

Para los no iniciados, lo primero que deben saber es que el chino mandarín o putonghua, es el dialecto del norte de China, particularmente el hablado en Beijing, la capital del país.

Tras la fundación de la República Popular China, en 1949, el putonghua se adoptó como el estandar general para toda la nación con el fin de unificar la lengua oficial.

Los registros contabilizan siete dialectos que comparten la misma escritura, entre ellos el cantonés que es hablado al sur de China, primordialmente en Cantón (Guangdong) y Hongkong.

Es altamente probable que usted alguna vez haya escuchado a los chinos que atienden su restaurante favorito de comida china hablar cantonés y no mandarín, ello porque un gran número de los migrantes que se han asentado en México provienen del sur de China.

Los estudiantes de mandarín también deben saber que este idioma es una lengua tonal. La construcción de palabras depende de la pronunciación de cuatro tonos (cinco si se cuenta el tono neutral). Si no pronuncia bien cada tono simplemente no le entenderán, entonces sentirá frustración como les pasa a muchos, y este es un factor por el que se desisten de continuar el estudio.

Para unificar la pronunciación, considerando que existen 56 grupos étnicos en China, entre los cuales los Han son más del 90% de la población, China adoptó en 1958 el alfabeto fonético llamado pin yin, que significa unir sonidos y es la transcripción fonética del mandarín al alfabeto latino.

Gracias a que este revolucionario sistema se introdujo en primarias y secundarias, se incrementaron los niveles de alfabetismo en China de 20% en los años 50 del siglo pasado al 95% en la actualidad.

El lingüista Zhou Youguang, creador del pinyin, nació cuando aún no se inventaba internet. A sus 109 años vive para ser testigo de cómo los jóvenes usan su sistema para escribir los caracteres en sus modernos teléfonos inteligentes y publicar en las redes sociales.

De hecho, Edmundo es un asiduo usuario de la red social Wechat, su equivalente en Occidente es el Whatsapp. Escribe con toda naturalidad sus pensamientos en chino. Él también debió aprender pinyin como todos los chinos y extranjeros que estudian el idioma, ya que no tiene abecedario, sino ideogramas representados en caracteres como este 马,el cual significa caballo. En pinyin se escribe .

Debido al crecimiento económico de China y su influencia creciente en los asuntos internacionales, y a que este país es nuestro segundo socio comercial, la demanda en México por estudiar chino se ha incrementado considerablemente. En cinco años la matrícula en los Institutos Confucios creció 700%, pero la deserción es del 70% o más.

El chino todavía es visto como un idioma nuevo en su aprendizaje y enseñanza, sostiene Edmundo, no obstante que México cuenta con cinco Institutos Confucio, el mayor número de ellos entre las naciones hispanohablantes en Latinoamérica.

“La gente estudia pero no le dedica el tiempo suficiente. No es como italiano o portugués, que son relativamente sencillos para nosotros, al chino hay que dedicarle todo el tiempo. Es un idioma tonal y el español no lo es. Escribir también es difícil. No es un sistema de letras, sino de caracteres y hay más de 50 mil. Los estudios refieren que la gente debe conocer un promedio de 3 mil caracteres para leer sin problemas el periódico, sin embargo, considero que falta especificar cuáles son las palabras de esos 3 mil caracteres, ya que son diferentes tanto en su uso escrito como en el habla cotidiana”, explica.

Por ello, él prefiere medir el dominio del idioma en palabras y no en caracteres. Su cálculo es que para entablar una comunicación cotidiana sin problemas se requiere conocer alrededor de 4 mil palabras, las cuales pueden ser entre 5 mil y 6 mil caracteres. Se estima que un chino culto puede dominar hasta 8 mil caracteres.

“Por ejemplo, la palabra Hola está formada por dos caracteres: Ni Hao (你好)”, refiere Edmundo con todo conocimiento, porque una cosa es hablar, otra leer y escribir chino, y una no menos difícil es enseñarlo.

Él fue profesor en el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE) y el Instituto Confucio de la UNAM por cuatro y tres años, respectivamente. Después obtuvo la beca para la maestría que ofrece Hanban, organismo que depende del Ministerio de Educación de China y tiene el fin de promover el idioma mandarín alrededor del mundo.

En el Instituto Confucio de la UNAM le ofrecieron que estudiara en una universidad donde se encuentran más extranjeros y también se imparten asignaturas en inglés, pero no estaba de acuerdo. Optó por la Normal de Beijing, universidad reconocida a nivel nacional como una de las mejores en la formación de maestros y que acepta a extranjeros, aunque la mayoría son asiáticos. Él quería estar en un ambiente 100% en mandarín.

Para ingresar le exigían el nivel HSK 5, el cual indica que el alumno puede leer periódicos y revistas , ver películas y ofrecer un largo discurso en chino.

El HSK (Hànyǔ Shuĭpíng Kǎoshì) es un examen estandarizado para evaluar el dominio del idioma que certifica la habilidad auditiva, escrita, comunicativa y de lectura de los extranjeros que estudian mandarín en situaciones cotidianas, así como académicas y profesionales. Existen seis niveles y Edmundo tiene el HSK 6, el requerido para titularse.

En su grupo iniciaron la maestría 11 extranjeros. Sólo llegaron hasta al final 5: una alumna de Malasia, uno de Vietnam y dos surcoreanas.

En el salón donde presentarán su examen de grado se encuentran él y otros tres alumnos, dos chinos y una surcoreana.

En China, con la población más grande del planeta (mil 357 millones sin contar a los residentes temporales como Edmundo) las réplicas orales de los exámenes de grado se hacen en colectivo. No hay tiempo que perder.

En México, con 11 veces menor población, es impensable que el momento de gloria académica sea compartido y menos a nivel de maestría. Los exámenes se hacen por separado y los familiares y amigos del graduado se visten de gala. Luego viene la fiesta. Pero aquí, en Beijing, las costumbres son diferentes.

Los padres de Edmundo se encuentran al otro lado del Océano Pacífico, a 12 mil 450 km de distancia en la Ciudad de México. En su caso se entiende que no le acompañen dado lo costoso del viaje. Pero lo que un latinoamericano no entendería es la ausencia de los padres de los estudiantes chinos.

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El gigante asiático es un país de migración interna constante. Es común que las metrópolis como Beijing, donde se encuentran las universidades más prestigiosas del país, reciban a jóvenes de todas las provincias, quienes se alojan en los dormitorios de las casas de estudio. Los padres se encargan de apoyarles con los gastos de manutención, pero raras veces les visitan.

Los compañeros de clase se convierten en la familia extendida. Son lazos que perduran para toda la vida, considerando que la mayoría de ellos son hijos únicos por la política de control de la natalidad vigente desde hace 36 años, aunque en algunos casos los chinos ya pueden tener dos y hasta tres hijos.

Edmundo no es hijo único. Es el mayor de tres hermanos. Tiene 29 años, no obstante, su mamá fue quien más se entristeció cuando dejó el nido.

Similitudes y diferencias culturales

A Edmundo constantemente lo confunden con chino. Es muy delgado, un cuerpo atípico para las tallas gruesas de los mexicanos. Tiene ojos pequeños, piel morena y, por supuesto, habla muy bien mandarín.

“Que yo sepa no tengo ninguna ascendencia asiática o china, pero viajando por Malasia, Singapur o Camboya piensan que soy de su país. Es decir, no sólo me confunden con chino, me confunden con asiático en general. Como no soy blanco, entonces me parezco a la gente del sureste asiático. Si fuera más blanco me parecería a la gente del norte de China, de Japón o Corea del Sur”.

Él se sorprendió cuando vino a China por primera vez porque veía a gente en el metro que se parecía a su familia, a sus tíos y tías.

“Quizá no tenemos los ojos rasgados pero somos muy parecidos”.

Estudios científicos recientes han descubierto que poblaciones de las Amazonas están emparentadas genéticamente con gente del sureste asiático, lo que da fuerza a la teoría de que los primeros pobladores del Continente Americano podrían descender de Asia y no de Siberia, como se ha sostenido.

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Mientras ello se comprueba, Edmundo nos cuenta que en un principio le daba risa que lo confundieran con chino y decía “sí soy chino” y les seguía la broma. Después de un tiempo se molestaba. Ahora lo ve de otra manera.

“Somos más amigos o me dan la cosas más baratas. Ya no me molesto”.

Como parte de su inmersión al idioma y su estancia en China, Edmundo ha aprendido a vivir en un ambiente permeado por el confucianismo.

En el confucianismo las figuras de autoridad y jerárquicas, padres y profesores, ejercen una influencia determinante en los jóvenes, debido a los valores de la piedad filial. Este es un conocimiento básico para todos aquellos que estudian y se introducen en la cultura china.

En Occidente, Confucio es identificado como un filósofo que nació en la provincia de Shandong y vivió del 551 al 479 A.C. Pero en los ojos de los pueblos orientales su figura va más allá de ser sólo un filósofo. Confucio es un pensador, maestro, guía espiritual, cuyas enseñanzas morales siguen vigentes en países como Corea del Sur, Japón, Vietnam y por supuesto China.

Su encuentro con el idioma

Paradójicamente, contrario a las enseñanzas de Confucio, Edmundo no siguió los consejos de su padre, quien le decía que estudiara chino porque la economía del país asiático venía fuerte. Era 2006. Él cursaba la licenciatura en Administración en la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM y no creía que China estaría mejor, pero los datos de entonces mostraban que el país era la cuarta economía del mundo, su PIB había crecido un 10.7%, el más alto en una década y todo apuntaba que se convertiría en la segunda economía del globo, como ya ocurrió. El padre de Edmundo tenía razón.

Un profesor de economía de la Facultad también les insistía que estudiaran alguno de los idiomas de los países del BRICS, primordialmente portugués o chino, pero pocos hacían caso, tal como lo marca la tradición mexicana no confuciana, en la que padres y profesores aconsejan mucho pero los jóvenes atienden poco.

Desde la preparatoria, el joven Borja ya había estudiado un poco de francés por su cuenta viendo videos en Youtube, por ello decidió seguir estudiándolo en el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE) para cumplir con el idioma de requisito que le exigían en su carrera.

Era un estudiante dedicado y talentoso. Gracias a su alto promedio le otorgaron la oportunidad de estudiar un idioma extra.

Tiene una habilidad innata para las lenguas. También tomó cursos de árabe y se adentró al tailandés por simple curiosidad, pero no lo siguió “porque es muy difícil”, confiesa. Puede leer ruso, aunque no comprende el significado.

Algunos de sus compañeros preferían estudiar japonés, porque la cultura nipona es más popular entre los jóvenes por los mangas y las películas anime. Pero a él no le atraía este idioma.

Su mente inquieta, necesitada de estímulos le llevó a decantarse por el mandarín. Le dijeron que el idioma era difícil y fue justamente eso lo que le motivó a estudiarlo y no el factor económico como le decía su padre.

Su habilidad fonética sorprendió a su profesora Xu, quien llevaba varios años en México enseñando el primer nivel en el CELE de la UNAM.

Tras un año y medio de estudio, su segunda maestra china, Meng Aiqun, le animó para que buscara una beca del gobierno chino con el fin de estudiar mandarín en la tierra de los nativos.

El primer viaje a China

Mientras esperaba para conocer los resultados de la beca, en 2008 participó en la séptima edición del Concurso Mundial Puente Chino, una actividad organizada por Hanban y el Instituto Confucio. El ganador tenía el derecho de representar a México en China, en la competencia internacional.

El concurso consistía en dar un discurso en chino con el tema del año, el cual era “Olimpiada Emocionante y Chino Alegre”. Además de tener alguna habilidad artística y responder preguntas sobre la cultura china.

Edmundo memorizó su discurso con una pronunciación impecable. En su habilidad artística tocó con la flauta una canción china y respondió correctamente a todas las preguntas.

Después de tres rondas de competencia, el representante de la UNAM, Edmundo Borja, en aquel entonces de 22 años, ganó el primer lugar. El título lo convertía en el mejor estudiante de mandarín en México de ese año. Así viajó a China para la competencia internacional y ahí mismo se enteró que había obtenido la beca.

Choque cultural

Al llegar descubrió que su nivel de chino era muy básico. Sólo podía pedir algunas cosas y decir gracias.

En el aeropuerto no entendía lo que le decían porque le hablaban muy rápido, mientras que él estaba acostumbrado a un ritmo lento y claro.

Él no lo sabía, pero antes de su llegada ya era famoso. Se generaron expectativas con el concursante mexicano porque había circulado un video en el que mostraban el discurso que había pronunciado en México. Una televisora le dedicó un reportaje. Lo entrevistaron pero él no entendía varias preguntas.

Su virtud era su memoria y la capacidad para emitir la fonética del mandarín, por ello daba la impresión de que tenía un nivel mucho más avanzado en aquel momento, pero aún estaba a miles de caracteres de distancia para poder entablar una conversación fluida.

“Eso pasa en China, dices hola en chino y te hablan como su supieras mil palabras”, señala.

Este fue su primer choque cultural: el bombardero de palabras en chino que no podía entender. Decidió no angustiarse. Pensó: “es un concurso, vengo de paseo, así que no voy a estresarme”.

Así lo hizo, tomó su estadía como una forma de seguir aprendiendo y al final del concurso, que duró un mes, logró hablar mandarín sin pensar tanto en español. Además, ya vendría después a China a estudiar el idioma en una inmersión de un año.

De alumno a profesor

Edmundo se dio de baja temporal en la UNAM. Hizo sus maletas y se trasladó a la Universidad Normal de Shenyang, una provincia industrial al norte de China.

Su beca le garantizaba hospedaje, alimentación y un estipendio mensual. La universidad estaba afuera del centro de la Ciudad. No había metro en ese año (ahora ya existen dos líneas). No eran más de 100 extranjeros quienes estudiaban ahí, de los cuales, tres eran mexicanos.

“Las clases eran divertidas porque todos los estudiantes entendían a la maestra, pero en la calle la gente hablaba con otro dialecto. Yo me divertía mucho”, recuerda.

Tras su año de estudio en Shenyang regresó a México, en 2009, para terminar su carrera. En el CELE de la UNAM le pidieron que fuera maestro de ceremonias del concurso que él había ganado antes.

Como su nivel de chino ya era más que sobresaliente, le ofrecieron que se convirtiera en profesor. Para 2010 comenzó a impartir cátedra en el CELE y el Instituto Confucio de la UNAM.

Tras graduarse de su carrera se dedicó de tiempo completo a ser profesor de chino. Trabajaba de lunes a domingo.

Un método chino al estilo mexicano

Edmundo es una celebridad entre los estudiantes mexicanos que han pasado por el Confucio. En China se ha encontrado a varios de ellos.

“Nunca imaginaba que algunos de mis alumnos estudiarían ahora en China. Y siempre me hablan como profe, nunca por mi nombre”.

Una de sus alumnas le reconoció que sus enseñanzas en México le sirvieron para estar en el país asiático. “Era como estar con usted pero en China”, le dijeron.

Estos comentarios le alegran. Reconoce que su método de enseñanza es una mezcla de chino-español mexicano.

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“En clase soy muy serio y exijo bastante a los alumnos. Desde un principio les digo que el chino no es sencillo. No es una lengua romance. Si quieren estudiarlo tienen que hacer un esfuerzo y conmigo así será. Porque no van avanzar fácilmente. Lo digo de forma tranquila y amable”.

Lo hace de esta forma porque sabe que los mexicanos “somos muy sentidos y sensibles”.

“Si lo digo como un regaño se molestan, pero en China es así. Ellos te dicen eres malo aquí y como eres malo no te voy a ayudar. Si yo les digo eso, todos los mexicanos me acusarían de ser un mal profesor. Entonces yo digo lo mismo pero al estilo mexicano”.

Eres malo pero échale ganas, sería la versión local.

Él trata de que su exigencia suene bonita. Cuando ve que sus alumnos no se comprometen, les pide que mejor reorganicen su tiempo de otra forma y que pospongan el estudio del chino.

“En mi clase mi método es muy sencillo. Primero la pronunciación y repetición. Después las palabras nuevas, escribirlas con ejemplos que vienen en el texto o que se usan de forma cotidiana en China. Que sea un chino práctico y no teórico. Ese es mi método”.

Habla de sus retos como docente. “El chino no es mi idioma nativo. Entonces siempre aprendo algo en clase. Hay alumnos que quieren saber un poco más y cuestionan el uso de las palabras. Esas preguntas hacen pensar al profesor para investigar más. Eso para mí es una motivación para seguir estudiando”.

Consejos para aprender chino

Edmundo ofrece algunos tips para quienes aceptan el desafío de aprender chino. Para la fonética recomienda la repetición y hablar siempre en voz alta.

“No importa si estás en la calle,en el camión o donde sea, sin temor a equivocarse. Los chinos hablan muy fuerte por los tonos. Uno debe hacer lo mismo y exagerar el tono. Y hay que repetir, repetir y repetir,” aconseja.

De la fama que tienen los asiáticos en su habilidad para memorizar, él considera que es por la forma en cómo se adquieren las lenguas maternas. Los mexicanos crecen aprendiendo letras y los chinos memorizan caracteres.

“A mis alumnos les dejaba hacer planas pero sólo una diaria. Con que lo repitas una vez, de forma cotidiana, lo vas a memorizar. Si hoy haces 50 planas, será muy bien aunque a corto plazo, porque en dos días no lo recordarás. La repetición constante ayuda a memorizar”.

Considera que una diferencia entre los idiomas es que el español es flexible, se puede cambiar el orden de palabras y las ideas se entienden, pero en chino el orden es rígido y esa rigidez disturba mucho a los hispanohablantes.

La forma de pensar también es diferente, indica, hay palabras chinas que en español no tienen traducción. Son todo un concepto, una idea.

“La palabra xinku (辛苦) que en chino significa agradecer a la persona por todo su esfuerzo y tiempo que dedicó para hacer cierta actividad o tarea. Todo eso se dice en dos caracteres, pero en español no hay una palabra porque el concepto es una idea”.

“Además, en chino se evita decir palabras negativas. Para decir que algo está mal, prefieren decir que no está bien, con el fin de evitar decir la palabra malo, huài (坏) dicen bù hǎo (不好)”.

“Para no decir mucho dicen no pocos. Es decir, no pocos significa que hay muchos. O decir que no son muchos quiere decir que son pocos. Esto al principio es muy difícil de entender”, advierte.

El examen

De nuevo en el salón de la Universidad Normal de Beijing, ha llegado el turno de Edmundo para hacer su réplica. Los cuatro sinodales ya tienen en sus manos su tesis de más de 150 páginas escritas en caracteres, que además incluye gráficos.

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La dinámica del examen es como en México, primero el tesista  expone su tema y los hallazgos de su investigación, después los sinodales formulan sus preguntas. Aquí la diferencia radica en que le dan al alumno la opción de preparar sus respuestas por 10 minutos o contestar de forma inmediata.

Edmundo, vestido de forma elegante con pantalón negro, camisa violeta y corbata negra, inicia un poco nervioso. Obvia decir que no es fácil exponer un tema de tesis en chino. En esta ocasión, él no ha memorizado, sino que ha razonado su exposición.

En su investigación, explica por qué se cambia el orden de las palabras en chino cuando los mexicanos lo hablan. Intenta determinar si esto se debe a la influencia del español. Los estudiantes mexicanos piensan en su lengua materna y no en cómo deben ordenar las frases en mandarín.

Decidió investigar algunas de las preposiciones en chino porque los mexicanos tenemos problemas cuando queremos hablarlo, al usar preposiciones y formular frases.

Él consideró que este tema sería útil para los futuros profesores chinos que quisieran dar clases en México.

Al buscar fuentes para su investigación descubrió que había varias tesis escritas por chinos sobre cómo enseñar la fonética a los hispanohablantes y había algunas enfocadas sólo a los mexicanos.

El nivel de especialización es tal, que incluso encontró una tesis que estudiaba la “lateralización cerebral de los mexicanos en el aprendizaje y pronunciación de los sonidos ji, qi, xi y zhi, chi, shi”.

“No sé a qué se refiera eso pero ya había un estudio”, confiesa.

Ha concluido su exposición. Los sinodales le preguntan si quiere tomar el tiempo para responder a los cuestionamientos. Él, a diferencia del alumno chino que le antecedió, dice que quiere responder de forma inmediata. Se escuchan exclamaciones de sorpresa entre los presentes.

Los sinodales piden dejarlos solos porque tienen que deliberar su decisión. Finalizan sus discusiones. Le comunican que tiene que hacer algunas correcciones a su tesis, temas menores. Le anuncian que ha sido aprobado para obtener el grado de Maestro en la Enseñanza de Chino como Lengua Extranjera.

Finalmente, Edmundo libera la tensión de sus músculos faciales y sonríe. Se ha convertido oficialmente en el primer mexicano en obtener este título por la Universidad Normal de Beijing.

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Todos posan para las fotos haciendo la famosa V de la victoria con los dedos.

Y como Edmundo es una mente inquieta, confiesa que tiene el plan de escribir un libro sobre la enseñanza de chino enfocada a mexicanos, porque los que existen son realizados en China, la mayoría en inglés, o son hechos en España y la variante de español es muy diferente al de México.

Reconoce que en México hay mucha gente que habla chino de forma excelente y muchos hacen negocios, pero no tienen ningún título que certifique su dominio de la lengua.

“Creo que hay mucho talento que está perdido por no tener este tipo de certificaciones”, indica.

Le da pena cuando le dicen que es el primer mexicano, de los casi 120 millones que registran las estadísticas, en lograr la maestría en la Universidad Normal de Beijing.  No es poca cosa si consideramos además que esta institución, de la que también es egresado el Premio Nobel de Literatura Mo Yan, tiene 113 años de antigüedad.

Él ha logrado una proeza académica, pero no lo ve así. Su sencillez es su principal grandeza.

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